sábado, 12 de diciembre de 2015

Yo no soy tonto, aunque nadie lo diría a primera vista.

Observemos bien esta imagen. ¿No es un crimen que se permita distribuirla libremente?

Si esto es la felicidad, preferimos ser infelices.
Aparentemente, la felicidad es un tipo con el brazo derecho atado a la espalda, que anda sin mirar por donde va, que no escucha ni ve nada del mundo a su alrededor y que, con toda seguridad, se va a caer de un momento a otro para romperse el otro brazo.

¡Oh! ¡Cómo les gustaría a los dueños de la tienda que todos fuéramos así de felices!
Eso evitaría muchos problemas.
Nadie preguntaría cómo se fabrican los productos que se ofertan, por ejemplo.
O si tienen alguna utilidad real, aparte de la felicidad sopa-instantánea que uno recibe al comprarlos.
Como esa felicidad es místico-festiva e inefable se gasta enseguida, pero siempre se puede volver a por más porque como bien dice el anuncio, "la felicidad está allí".
Debe ser algún tipo de perfume. Si te acercas se te pega un poquito, pero luego se evapora.

Lo que muchos grandes pensadores han tratado de definir, lo que muchos grandes maestros han tratado de aprehender resulta que está cerca del centro, a tres minutos tras la rotonda.
Y además no hace falta quitarse el pijama para ir.

Para que luego digan que no avanzamos nada.